8-11-2024

El día de la entrega del Basque Culinary World Prize es para mí uno de los momentos más especiales del año, tanto por lo que significa como por lo que representa. Este premio, que creamos hace nueve años junto con el Gobierno Vasco, se convierte cada temporada en una oportunidad para destacar la capacidad de la gastronomía como motor de transformación y desarrollo social. El galardón, que se ha consolidado como un referente mundial y que los medios de comunicación han llegado a llamar el “Nobel de la gastronomía”, reconoce el impacto social de aquellos proyectos que consideran la gastronomía como algo que desborda los límites del plato, responden a las necesidades sociales y muestran un compromiso activo. 

Su espíritu se ajusta a la mirada de 360 grados que desde BCC aplicamos a nuestro sector, el gastronómico, que tiene múltiples conexiones con algunos de los ámbitos en los que hoy se plantean problemas acuciantes que requieren soluciones a nivel global: la crisis climática y sus efectos en la agricultura y quienes la practican, el impacto de la industria alimentaria en el medio ambiente, la seguridad alimentaria en aquellos lugares del mundo donde está más en peligro, los problemas de salud derivados de ciertas dietas y de la falta de educación en torno a los alimentos, la mejora de las condiciones laborales de los actores implicados en los distintos eslabones de nuestra cadena alimentaria, la preservación de identidades culturales que se afirman a través de sus tradiciones culinarias, las emergencias humanitarias en caso de guerra… por citar solo unos cuantos. 

En todos estos campos podemos encontrar personas transformadoras, individuos que desde sus respectivas áreas de acción pueden contribuir al cambio, a la consecución de un futuro mejor. Y la cocina, desde su propia esencia, la que tiene que ver con la transformación de materias primas para convertirlas en nuestro alimento, nos recuerda que el cambio comienza con gestos pequeños, con ingredientes humildes, con acciones que se multiplican y se expanden.

El compromiso del ganador del Basque Culinary World Prize de 2024, Andrés Torres, también comenzó con un gesto pequeño. Siendo reportero de guerra en Colombia, decidió utilizar la cocina para compensar al país que le estaba nutriendo de las historias que contaba como periodista, montando un puesto de comida en el que cocinaba, parte de cuyos beneficios destinaba a ayudar a la comunidad en la que vivía. Esta pequeña iniciativa fue creciendo hasta cristalizar en lo que hoy es la ONG Global Humanitaria, que fundó en 1999, dedicada especialmente a luchar por la seguridad alimentaria y los derechos de los niños en diez países y a realizar intervenciones de emergencia en zonas de guerra y catástrofes naturales. Su compromiso con la sostenibilidad también se ejemplifica en su labor como chef al frente de su restaurante Casa Nova, en el Penedés, distinguido con una Estrella Verde Michelin y profundamente interconectado con el trabajo de Global Humanitaria. Su historia nos demuestra cómo la transformación social es posible desde la voluntad individual, es un ejemplo de cómo la cocina puede convertirse en una plataforma que aborde cuestiones fundamentales.

Joxe Mari Aizega junto a Andrés Torres en el auditorio de BCC

En la gala de entrega del premio, que celebramos hace unos días, destacamos también algunos ejemplos cercanos. Como el de Leire Etxaide, quien comenzó como cocinera en Mugaritz, asumió la responsabilidad de su huerta y su estrategia silvestre para después dedicarse a la agricultura y la formación. Hoy transmite esos valores a cientos de estudiantes de Basque Culinary Center que con ella aprenden a sembrar semillas, tanto en la tierra como en sus corazones. Como el de Manuel Gómez Alburquerque, cocinero de un grupo de restaurantes en Bizkaia, que representa a un colectivo de chefs que han creado la Fundación BISUBI para promover proyectos sociales desde la cocina. O como el de Peio García Amiano, de quien me habló Juan Mari Arzak cuando comenzamos este proyecto hace 16 años. Un cocinero de pura raza que, desde su labor en Intxaurrondo, ha impulsado Zaporeak, una iniciativa que combina cocina y solidaridad.

Todas estas personas demuestran cómo la cocina puede contribuir a afrontar los retos de la sociedad y trabajar por un futuro mejor. Y la clave es que cada uno de nosotros puede contribuir a crear futuros diferentes. En un mundo tan grande y complejo, a veces nos sentimos pequeños, condicionados por fuerzas sistémicas, pero todos tenemos la capacidad de imaginar el futuro y de actuar para cambiarlo. Ya sea a nivel personal, familiar, organizativo o en colaboración con lo público, nuestras acciones pueden influir en la sociedad. Hoy, los diálogos, las conexiones y las influencias son más abiertas que nunca, lo que aumenta las oportunidades de contribuir a un futuro positivo. 

El BCWP, al que hasta la fecha han sido nominados más de 850 cocineros y cocineras, simboliza esa capacidad que tenemos como individuos para generar futuros mejores. Desde nuestra acción personal, podemos arrastrar a otros y construir propósitos colectivos que beneficien a todos. Hoy más que nunca tenemos la responsabilidad de utilizar la cocina como una herramienta para el cambio y desde BCC continuaremos promoviendo iniciativas que lleven esta visión transformadora desde la gastronomía a cada rincón del mundo.