14-7-2021
“El cambio nunca ha sido tan rápido y sin embargo nunca volverá a ser tan lento como ahora”.
Esta frase la pronunció el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, en la reunión del Foro Económico Mundial celebrada en Davos en 2018, para remarcar el inmenso potencial y las enormes oportunidades que la tecnología ha traído a nuestras vidas -desde la máquina de vapor a los ordenadores, pasando por la electricidad-, pero también subrayando cómo todo ese progreso viene siempre acompañado de cambios radicales en términos culturales, sociales y económicos. Centrándose en el panorama actual, en el que estamos asistiendo a un desarrollo cada vez más vertiginoso de la inteligencia artificial y a la automatización total de ciertos trabajos para los que hasta ahora era imprescindible la mano de obra humana, el premier canadiense alertaba a su audiencia de la necesidad de no olvidarse de la gente, de todas esas personas para las que la tecnología quizá puede suponer un beneficio en sus vidas personales, pero también una amenaza para sus puestos laborales.
Aquellas palabras me han venido a la mente estos días, cuando nos vamos acercando a la celebración del décimo aniversario de Basque Culinary Center, una buena ocasión para volver la vista atrás y reflexionar sobre nuestros inicios y nuestra trayectoria a lo largo de todos estos años. Sin duda el de BCC fue un proyecto innovador y todos los involucrados en él lo hemos ido construyendo siempre mirando hacia adelante y siendo de alguna manera, también nosotros, partícipes de ese cambio y de esa velocidad de los que hablaba Trudeau. Pero a lo largo de ese camino hemos alcanzado una serie de hitos que no habrían sido posibles sin la consecución de otros logros más pequeños, debidos a la generosidad, el compromiso y la pasión de toda una serie de personas que, desde sus respectivos ámbitos de conocimiento, han trabajado en la sombra para, paso a paso, superar los muchos obstáculos de todo signo que pueden surgir cuando tantas cosas se hacen por primera vez.
Personas como Juanjo, que en los albores de nuestra andadura nos abrió los ojos con la simple ayuda de una pizarra en la que dibujó un maravilloso esquema conceptual con el que contribuyó a que de repente todo empezase a estar más claro. O Agustín, que después de toda una vida como responsable de edificios de la Escuela Politécnica de Mondragón, se salió de su zona de confort y se apasionó hasta límites inimaginables por el proyecto del que hoy nos alberga, un edificio distinto, singular y complejo, que iba a suponer su último trabajo antes de jubilarse. Recuerdo también a Miren, que apareció para ayudarnos con el diseño académico de lo que iba a constituir el pilar principal de BCC, nuestro Grado en Gastronomía y Artes Culinarias, algo totalmente nuevo que desbordaba nuestras capacidades, por lo que su participación fue capital. O Iñigo, que con su esfuerzo y creatividad consiguió atraer patrocinios para un tipo de entidad en el que no es habitual tenerlos, vendiéndoles en el fondo la pasión que transmitíamos.
Son solo cuatro ejemplos de los muchos que me vienen a la memoria y que tienen en común esa ilusión que solo se da cuando alguien cree de verdad en lo que hace y considera que va a tener un impacto significativo, lo que nos hace sentirnos útiles y levantarnos cada mañana con ganas de ponernos manos a la obra. Pensando en todo esto me doy cuenta de que, en realidad, cuando contratamos a una persona, no solo compramos su tiempo a cambio de una contraprestación económica, sino que aspiramos a generar una pasión y un compromiso compartidos entre ambas partes, lo que afortunadamente hemos conseguido en muchas ocasiones a lo largo de todos estos años.
La digitalización, las concentraciones empresariales, la búsqueda de la eficiencia y la productividad a toda costa, la cultura del más y más rápido nos están llevando a perder esa escala humana de las cosas donde anidan el entusiasmo, los valores y las destrezas personales, los detalles que abren caminos insospechados o aportan soluciones a problemas que aparentemente no las tenían y nos permiten seguir avanzando hacia las metas establecidas. Creo que las pequeñas y medianas entidades debemos recoger el guante que lanzaba Trudeau para no olvidarnos de las personas en este mundo de transformaciones cada vez más veloces y ser conscientes de que los grandes cambios se construyen a partir de otros más pequeños, de pasiones compartidas entre seres humanos. La propia existencia de Basque Culinary Center es un buen ejemplo de ello.