21-9-2023
No es igual que un personaje se coma una hamburguesa con doble de carne, patatas fritas y refresco a que se preparé una ensalada él mismo durante una escena cinematográfica. No da lo mismo que el protagonista de una película se exprese con desidia al hablar de su última cena a que recuerde hasta el más mínimo detalle de lo que había en su plato. Ni es igual lo que diría sobre una cata de vinos un tenista que Manuel, el crítico gastronómico entrado en años, amante del arte y con un punto excéntrico, que constituye el personaje principal de la serie Nada. Está atascado con la escritura de un libro, el mundo empieza a considerarle una reliquia de otro tiempo y depende para casi todo de la señora con la que vive, una especie de asistente personal, ama de llaves y cocinera… que por desgracia para él muere, así que debe sustituirla por una chica joven e ingenua llegada de un pueblo a la que tiene que instruir en las mil y una rarezas de su personalidad… y de modo más preciso en sus (muy específicos) gustos culinarios.
Dirigida por los argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat (Competencia oficial), que ya pasaron por Culinary Zinema en 2017 con Todo sobre el asado, y protagonizada por Luis Brandoni en el papel de Manuel, con la intervención como artista especial invitado de Robert de Niro, la serie contó para la asesoría gastronómica con la colaboración de la chef Narda Lepes (junto a e Francis Mallmann y Ernesto Oldenburg), miembro del Consejo Internacional de Basque Culinary Center, que recibió el guion mucho antes del comienzo del rodaje propiamente dicho para tener tiempo de pensar en cómo contribuir a la definición de Manuel y de su criada a través de lo que comen y de cómo lo comen, dado lo relevante que resulta aportar verosimilitud a los personajes y sus historias a través de cientos de detalles, entre ellos todo aquello que conecta con lo que alguien se lleva a la boca, cómo y porqué.
“El personaje tenía un arco en su historia relacionado con lo que le pasa en la vida y el arco culinario tenía que acompañarlo también -nos comenta Lepes refiriéndose a Manuel-. Ahí trabajamos para que todo lo que dijese fuese correcto, porque es un profesional de la gastronomía, y que también a veces dijese cosas no tan correctas, porque es un excéntrico, pero sí reales desde su punto de vista. Es un hombre de 80 años que come la milanesa de la misma manera desde hace 40, tiene sus convicciones y no lo vas a mover… hasta que aparece ella”.
El personaje de Manuel representa una gastronomía de otro tiempo, aquel en el que a él le iba bien, y no la de hoy, la de los foodies, las opciones veganas, el bienestar animal y las fotos de platos en Instagram. “Es alguien que está al borde de ser un cliché todo el tiempo, pero al mismo tiempo es muy inteligente y ácido. Alguien que en su casa sirve un Wellington a sus invitados, que claramente es un recuerdo de cuando él tenía más plata, pero también alguien que se va a comer un pancho (perrito caliente) en un kiosko con su criada. Nos preguntábamos: ¿Le importa que le vean comiendo un pancho? No, no le importa. Nos imaginábamos que ese pancho lo comió con su hija en algún momento, en la época en la que estaba casado. Y si se lleva allí a su criada es porque ya no tiene relación con su hija. Y no tenía que ser un pancho de esos tan elaborados, porque en aquel entonces todavía no existían. Tenía que ser uno común, de alguien que lo hace en un kiosko con un poco de amor”.
Como sus palabras dejan entrever, el trabajo de Narda Lepes fue más allá de elaborar una lista de platos porteños y de asegurarse de que no hubiese errores de estacionalidad ni de procedencia de los productos y de preparar con su equipo todas las recetas que aparecen (y todas son reales) en pantalla. También tuvo la oportunidad de intervenir en el guion, sugiriendo detalles para contribuir desde la comida a la construcción de los personajes. “No todas las cosas que sugería se quedaron, pero otras sí. Por ejemplo, cuando la nueva criada cocina la primera noche, pensé que tendría que hacer el plato más humilde posible, un bori bori, con un poquito de harina. Y para mí esa harina de maíz es algo que ella lleva en su bolso, se fue de Paraguay con ella, Manuel no la puede tener en su cocina. Y después no lo guarda en un tupper, que es muy de ciudad, sino en una olla con un plato encima, porque eso es lo que imaginé que alguien que venía de un pueblo haría. Mi mamá hacía eso”.
El tipo de utensilios que hay en la cocina de Manuel también contribuyen a perfilarlo, si bien ciertos detalles apenas son perceptibles si no es a un nivel casi inconsciente. “Hablamos durante varias reuniones con el director de arte sobre lo que tendría en su alacena. Ellos querían que todo fuesen frascos, pero yo pensé que una persona así no tiene todo frascos iguales. Tiene también paquetes envueltos, porque hay gente que viaja y se los trae, y le mostramos etiquetas de las tiendas caras del mundo para que reprodujese un poco ese estilo. También la vajilla del desayuno tenía que ser de un juego inglés que no estuviese perfecta: es una vajilla que tiene desde hace tiempo, porque él era un tipo de alcurnia, que sentía el peso del padre, y no la quiere largar. Cuando tiene problemas de plata larga el arte, pero no vende lo de su cocina”.
La trastienda de la ficción
También los afilados comentarios de Manuel sobre la gastronomía local ayudan al dibujo de su personaje. En un momento habla de “la desfachatez de la comida argentina, con híbridos monstruosos y geniales como el tucopesto, que en cualquier lugar de Italia nos cagarían a trompadas”. “De esas hay un montón -apunta Lepes- porque su casa está en la Boca. Vive en el centro de donde todo eso nació y tiene mucho sentido que sea parte de su discurso, porque está al lado de donde todos los italianos convivían juntos”.
Lepes aportó también toques personales, como el corte del “asado banderita” a la plancha que el propio Manuel se prepara en casa, que es su favorito. “Es el más rico del asado, me gusta más que el ancho y es el único con el que podrías hacer algo así. Para el criollo de campo hacer el banderita en la plancha es un sacrilegio. Pero Manuel se lo hace para él solo y además es un excéntrico, así que se justificaba”.
Cualquier rodaje da pie a un rico anecdotario, y el de Nada no iba a ser menos. Narda Lepes recuerda cómo hubo que preparar 45 Wellingtons, 25 bifes a caballo, y 18 milanesas, cómo tuvieron que hacerse con una paellera porque no había sartenes del tamaño suficiente para la milanesa de lomo entero que aparece en una secuencia, cómo en la escena en la que Robert de Niro prueba distintas piezas de bollería su equipo decidió llevarle las mejores de distintas panaderías de la ciudad… 16 veces, así que “el equipo comió 16 veces los mejores bollos de la ciudad”, cómo se le cambió el nombre a la parrilla de barrio en la que se corta el bife con la cuchara y su dueño decidió quedárselo…
Trabajar con las calles cortadas por la policía, sin acceso al exterior, a contrarreloj, a veces a altas horas de la madrugada implica tener listos muchos planes B por lo que pueda ocurrir, y también a gente preparada para reaccionar con garantías a los imprevistos y permanecer tranquilo en mitad del estrés de una megaproducción. “Teníamos a un parrillero experto en guerra -comenta Lepes-, necesitábamos a alguien que pudiese hacer la carne en un balcón, alguien que fuese algo más que un cocinero. Uno de los chicos que trabajó con nosotros había trabajado haciendo la comida en el París-Dakar. Todo el equipo era de Primera A”.