6-12-2023
Más allá de los programas tradicionales de cocina, en los que un chef de más o menos renombre enseña a preparar recetas, de espacios de telerrealidad como Pesadilla en la cocina, de concursos como Master Chef o de documentales de factura impecable como Chef’s Table, la gastronomía se ha convertido también en material para ficciones televisivas, de lo que dan fe producciones recientes como la tv movie Hierve (Boiling Point, 2020) o series como Mamíferos (Mammals, 2022),Julia (2022) y muy especialmente The Bear (2022), sin duda el mejor exponente de esta tendencia.
En su afán por alimentar el aparentemente insaciable hambre de contenidos relacionados con la comida, las plataformas han recuperado la serie Whites, afilada comedia británica que la BBC estrenó en 2010 y que actualmente está viviendo una segunda juventud. Su trama gira alrededor de Roland White, un chef egomaníaco cuya pasión por el oficio hace tiempo que dejó paso a la inercia y la vagancia y que hoy, al frente del restaurante del suntuoso White House Hotel, se dedica básicamente a escabullirse de sus tareas en la cocina y a hacer lo mínimo indispensable para que el negocio se mantenga a flote. El personaje bien podría ser un trasunto paródico del también británico Marco Pierre White, controvertido chef con quien comparte no solo el apellido, sino también un cierto aire físico y su rotunda negativa a plegarse a las quejas, demandas y adaptaciones de sus comensales (ante una cliente que apunta la falta de opciones vegetarianas de su menú “carnecéntrico”, Roland sugiere: “Si quiere comer hojas, tenemos un prado ahí atrás, que se ponga a cuatro patas con las otras vacas”).
Whites podría definirse precisamente por contraposición a The Bear. Lo que en esta es pasión y entusiasmo en aquella es desencanto y cinismo. SI en The Bear el chef Carmen Berzatto trata contra viento y marea de implantar modelos eficientes de trabajo, servicio y gestión en un grasiento antro de barrio enfangado en usos y protocolos de la vieja escuela que solo puede ir hacia arriba, en Whites Roland White deja que su lujoso establecimiento se deslice despacio montaña abajo, desengañado después de muchos años de desempeñar una profesión que nunca le llevó por el camino soñado: “Tenía una mujer y una casa. Y ahora mírame. El trabajo me lo quitó todo y no me ha devuelto nada”.
Berzatto lo tiene todo en contra: un negocio ahogado en deudas, una cocina caótica, un equipo desmotivado y poco formado que básicamente utiliza la hostelería como medio de supervivencia y que se resiste a los cambios, instalaciones que nunca terminan de funcionar del todo, un vecindario conflictivo al que de vez en cuando se le escapa un balazo contra las ventanas del local… White, por su parte, lo tiene todo a favor: un equipo adiestrado, un restaurante de lujo enmarcado en un castillo, clientela selecta, cuentas saneadas… Pero su actitud y sus objetivos no tienen nada que ver: a pesar de sus dudas, Berzatto está enamorado de su oficio y se deja la piel para que su negocio sea viable, para ofrecer la mejor comida posible con los medios con los que cuenta y proporcionar una vida más luminosa a sus empleados; White solo está pendiente de su propio ego, de ver su rostro multiplicado en la portada de su autobiografía, como si su mero talento bastase para elevarle a la cumbre mundial de la gastronomía, como si el mundo le debiese algo que sin embargo no ha terminado de merecer.
La comedia del desencanto, el drama del entusiasmo
Roland White no solo se niega a renovar sus menús, sino que también se burla de los arrebatos creativos de su (él sí) entusiasta sous-chef Bib, quien, por su parte, siempre ve frustradas sus ambiciones de progresar por culpa del inmovilismo de su jefe y se siente amenazado por un nuevo aprendiz cuya intención es arrebatarle el puesto lo antes posible. Lo que en Whites es una colección de egos dañados en constante conflicto, en The Bear es un grupo consciente de sus limitaciones, pero también de su capacidad de mejora, que trabaja incesantemente por un bien común. Lo que en Whites son individuos con objetivos puramente personales en The Bear es equipo que comparte una misma meta. De hecho, The Bear podría verse como un curso en dieciocho entregas sobre gestión de personas, una muestra de la evolución que puede operarse en un empleado cuando se le escucha, cuando se alimenta su confianza en sí mismo, se le dan oportunidades para crecer y se le contagia la sensación de pertenecer a un proyecto, lo que se ejemplifica en los personajes de Marcus, Tina y Richie, quienes, cada uno en su partida, van superando inseguridades, reticencias y miedos para encontrar un medio en el que formarse, brillar y desarrollar sus mejores capacidades, el mismo medio al que antes llegaban con hastío y sin ganas.
En Whites una vaca es “todas las piezas de carne que puedes obtener en una práctica bolsa de cuero” y cuando un cliente pide una “tortilla sin huevos” la primera solución que se plantea es ofrecerle un plato vacío espolvoreado con perejil. Estamos, por tanto, en el territorio de la comedia pura, donde la cocina no tiene la menor importancia (al contrario que en The Bear, donde lo es todo) y no es sino un mero trasfondo sobre el que trazar las relaciones entre los personajes y disfrutar jugueteando con diálogos ingeniosos, en el que la comida apenas se muestra o se cita, si no es como vehículo para provocar la risa, cuando en The Bear ocupa con frecuencia el centro del plano, apetecible y suntuosamente fotografiada. De hecho, Whites podría transcurrir en una sucursal bancaria o en una tienda de juguetes con resultados similares. The Bear, por contra, pone sobre la mesa cuestiones candentes dentro del mundo de la gastronomía: el papel de las mujeres en el sector (llamar con el ambiguo “chef Terry” a la reputada cocinera que interpreta Olivia Colman no es casual y provoca exactamente el efecto que persigue, el mismo que causa la chef Sydney, mujer y negra, en un personaje que le supone un puesto, digamos, “de segunda”) , las barreras (sociales, mentales) que deben salvar las minorías étnicas para progresar en la industria, los mil y un problemas (económicos, legales, de mantenimiento, personales, de suministro, de falta o exceso de demanda….) con los que cada día tiene que lidiar la hostelería, las tensiones entre “alta” y “baja” cocina… construyendo un relato que parece caminar hacia el éxito a partir de una infinidad de fracasos, contingencias y catástrofes inesperadas que se superan a base de sangre, sudor, lágrimas, cortes y quemaduras.
Desde luego, ambas series juegan en ligas distintas. The Bear es un proyecto ambicioso que aspira, a través de la ficción, y a pesar de sus licencias dramáticas, a reflejar la realidad de lo que significa gestionar un restaurante. Whites nunca llega a tomarse en serio el asunto que trata y en el fondo es una comedia inofensiva, a pesar de ese humor, distanciado, brillante y corrosivo, que en algunos casos (en la mejor tradición británica) bordea lo que hoy sería considerado, precisamente, ofensivo o incorrecto (además de las mofas y befas a los vegetarianos, también se ríe de las intolerancias, de las intoxicaciones, de la infertilidad y hasta del parkinson y la discapacidad…). La acogida de ambas series también fue desigual. El rotundo éxito de The Bear ha hecho que se anuncie ya una tercera temporada, mientras que Whites apareció en un momento en el que la fiebre por las ficciones gastronómicas aún no se había desatado: su propuesta no terminó de cuajar y el programa fue cancelado tan solo después de seis capítulos. Tal vez de haberse realizado hoy, cuando por fin se ha hecho con un buen puñado de seguidores, habría corrido mejor suerte.