27-9-2024

Una prisión vertical (aunque hay quien ingresa en ella voluntariamente), conocida como El Hoyo, compuesta por un número indeterminado de niveles, en cada uno de los cuales viven dos personas. Una plataforma descendente cargada de alimentos que comienza su recorrido desde el nivel más alto hasta el más bajo. El nivel que a cada uno le corresponde es aleatorio y cambia mensualmente. La comida, inicialmente exquisita, abundante e impecablemente emplatada, se va consumiendo a medida que desciende, dejando a los niveles inferiores, en el mejor de los casos con un repugnante e informe puré de sobras y muchas veces (ahí os pudráis) sin nada.

Esta era la premisa de El Hoyo, ópera prima de un director de Abadiño, Galder Gaztelu-Urrutia, que hasta este film, estrenado en 2019, se había dedicado a la publicidad y había dirigido un par de cortometrajes. El Hoyo triunfó en el Festival de Sitges, donde consiguió los premios a la mejor película, los mejores efectos especiales, el del público y el Citizen Kane al mejor director revelación. Posteriormente ganaría también el Goya a los mejores efectos especiales y llegaría a convertirse en una de las diez películas más vistas de la historia de Netflix hasta aquel momento. 

Sus armas: el ingenioso aprovechamiento hasta el último céntimo de un presupuesto no precisamente holgado que la hacía parecer más cara de lo que realmente era (gracias unos estupendos efectos especiales), un reparto sólido (aunque poco conocido) y una premisa y un guion brillantes llevados a la pantalla con pulso por su director que se servían de la comida para levantar una distopía con la que se Gaztelu-Urrutia se sumaba a la tradición del cine de ciencia ficción como reflejo de los problemas sociopolíticos del mundo real.

Los temas que la película pone sobre su estomagante mesa (con la virtud, además, de no explicitarse ni subrayarse en exceso) son, entre otros, las diferencias de acceso a la comida de las distintas clases sociales; la calidad de los alimentos que unos y otros se llevan a la boca; la insolidaridad de las clases altas, indiferentes al sufrimiento de las más bajas (en el film bastaría con que cada recluso racionase la comida y consumiese solo lo que realmente necesita para que todo el mundo estuviese bien alimentado, pero, como la vida misma, casi todos se comportan como hienas); también la de las más desfavorecidas, que tampoco parecen muy dispuestas a compartir lo poco que les queda y defienden con uñas, dientes y cuchillos sus migajas personales; la aleatoriedad del nivel del escalafón social que a cada uno le corresponde (donde también puede leerse una patada en la entrepierna de la meritocracia), o incluso la desidia y la tendencia a la depresión de los más afortunados, que en sus posiciones de privilegio, una vez llenado el estómago y complacido el paladar, no tienen mucho que esperar y sí demasiado en lo que pensar, lo que, en casos extremos, puede llevarlos a arrojarse Hoyo abajo, donde probablemente también sean considerados como alimento por los hambrientos parias de los últimos niveles.

¿De qué tienes hambre?

En la primera entrega, la brutal injusticia del sistema llevaba a un par de personajes a tratar de poner en marcha una revolución o, al menos a “enviar un mensaje” a los de arriba (“o sea, que contra el optimismo no hay vacunas”, decía Benedetti), en forma de un solo plato que conseguiría llegar al nivel más bajo sin que nadie lo hubiese tocado (bajo amenaza de muerte, claro) y se enviaría de vuelta hacia arriba en el infame montacargas. El cierre del film dejaba abierta la posibilidad de que, de una u otra manera, ese “mensaje”, que finalmente se encarnaba en el cuerpo de un nuevo ser, quizá representante de nueva generación más dotada o al menos más sensible, pudiese llegar a sus destinatarios.

Cinco años después, Gaztelu-Urrutia vuelve a poner en marcha su ascensor (o descensor) social, y esta vez lo hace recurriendo a un reparto en el que ya se encuentran caras más conocidas, como las de Milena Smit, coprotagonista de Madres paralelas, de Pedro Almodóvar, Hovik Keuchkerian, a quien hemos visto en títulos como Un amor, de Isabel Coixet, o las series Antidisturbios y La casa de papel, o Natalia Tena, uno de los rostros de la serie Juego de tronos o de la saga cinematográfica de Harry Potter. 

En esta secuela, en la que, bajo el eslogan “¿De qué tienes hambre?” la comida vuelve a servir de metáfora de muchas cuestiones, se recupera y amplía el tema de la revolución, a través del personaje de un líder misterioso que impone su ley en El Hoyo y del de una nueva reclusa, implicada en la batalla para desmontar el sistema… Con una novedad importante en el juego, que se desliza a bordo de una inquietante pregunta: “Cuando alimentarte del plato equivocado se convierte en una sentencia de muerte, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar para salvar tu vida?”.

La respuesta, en la clausura de la sección Culinary Zinema del Festival de San Sebastián.