2-10-2025

Sandra Piñeiro sabe bien lo que significa llevar el cuerpo al límite. Durante años, la deportista gallega, que se mudó a Orio para practicar al máximo nivel el deporte del remo, vivió atrapada en la obsesión por la delgadez y el control absoluto de la comida, convencida de que el hambre era sinónimo de disciplina y el bajo peso un camino hacia el éxito, un infierno que relató en su libro Remando en la oscuridad. Hoy, tras un proceso de recuperación y formación que incluyó un máster en nutrición, ha convertido esa experiencia en un altavoz para sensibilizar sobre los trastornos de la conducta alimentaria, el papel de la mente en el deporte y la necesidad de reconciliarse con la comida como combustible y no como enemigo, un testimonio que el próximo 22 de octubre compartirá en Talaia, el evento que Basque Culinary Center dedica al mar, donde hablará de superación, de respeto al cuerpo y del medio que ha sido testigo de sus mejores y también de sus peores momentos.

Quizá podríamos empezar recordando que para alguien que practica deporte, y más si lo hace con un nivel de exigencia importante, la alimentación es fundamental.
Sí, sobre todo cuando la entiendes no solo a nivel nutritivo sino como combustible. Durante mucho tiempo se pensó que la delgadez, el peso bajo, la ligereza te harían rendir más, y ahí está el problema. Pero una vez pasado eso, cuando entiendes la comida como lo que te permite mover tu cuerpo para alcanzar un rendimiento determinado y cumplir los objetivos y expectativas que tienes de cara a una competición, ahí está la clave.

En esa búsqueda de la excelencia, ¿se llega a tener una percepción equivocada de todo esto?
Sí. Y no solo alimentada por ti, sino por el entorno. Vivimos en una sociedad con una cultura de fitness y de dieta muy enfermiza, en la que se alaban los cuerpos definidos, que son producto, más que de una nutrición equilibrada, de una restrictiva. Te crees ese discurso: tus entrenadores y tu marco técnico lo defienden, y te hacen convencerte de que es lo mejor que puedes hacer para ser la mejor. Y ahí está el problema: se hace creer a los deportistas que han de tener un cuerpo y una delgadez determinados para ser mejores y poder ganar.

En Remando en la oscuridad cuentas que la comida llegó a convertirse en una tortura.
Sí. Era una tortura a nivel extremo. Empieza poco a poco: primero quitas el pan, los hidratos… de repente dejas de desayunar, de cenar. Vas automatizando estas cosas y al final entras en un bucle. Lo que empieza siendo dejar ciertos alimentos se convierte en dejar de alimentarte por completo. Todo te genera angustia, ansiedad. Estás pensando constantemente en las calorías, incluso en el peso. Todo se vuelve obsesivo. Empiezas creyendo que te cuidas, pero en realidad te estás matando.

Dices que incluso le tenías miedo a la comida.
Sí. Demonizas ciertos alimentos, empiezas a clasificarlos como buenos o malos, saludables o no. Colocas a cada uno de ellos en una tabla mental y todo lo que se sale de lo que tú consideras “bueno” te genera angustia, frustración o miedo. En mi caso, los hidratos, la pasta, los arroces estuvieron mucho tiempo en el lado prohibido. He pasado años con miedo a consumirlos. Reconciliarte con ellos lleva tiempo, porque cuando piensas que algo es “malo”, darle la vuelta es complicado.

Por otra parte, experimentabas cierta sensación “positiva”: el hambre te generaba placer.
Eso es. Identificaba la sensación de estómago vacío con fuerza de voluntad. Pensaba que si estaba sufriendo era porque estaba en el camino correcto: no pain, no gain. Llegas a creer que para conseguir ser alguien tienes que sufrir. Y el hambre, el dolor de estómago, los desmayos por no alimentarte forman parte de ese sufrimiento. Y cuando lo notas sientes placer, porque te dices “qué fuerza de voluntad tengo, soy más fuerte que el hambre, puedo aguantarlo”.

¿Cómo se vuelve de ahí? ¿Hacer un máster en nutrición fue parte de ese camino?
Se vuelve cuando te das cuenta de que es insostenible. Cuando tienes pensamientos oscuros sobre tu vida. Yo no quería seguir viviendo así, esclava de mi cabeza y de la comida. Salir es complicado. Se trata de pedir ayuda y dejarse ayudar, enfrentarte a tus miedos, a tu cabeza. Una vez que comencé la recuperación, escribí el libro y empecé a dar charlas con colegios y asociaciones, me di cuenta de que no había muchos profesionales especializados en trastornos de alimentación. Y ahí decidí estudiar el máster para tener mucha más información a nivel nutritivo, fisiológico… y poder ayudar de una manera más personalizada: primero un máster en nutrición. Y ahora estoy estudiando psicología para poder abordarlo de forma más integral.

La mente es crucial en este problema…
Totalmente. Un 89% es la cabeza y el resto es el cuerpo y la comida. Saber cómo nos alimentamos y qué impacto tiene en nuestro cuerpo es importante, pero la relación de la cabeza con lo que comemos y cómo nos movemos es la clave.

Si con el conocimiento que tienes ahora pudieras hablar con tu “yo” de entonces, ¿qué le dirías?
Que no pretenda cambiar su cuerpo. Que intente sacarle el máximo partido a como es. Que la comida no es un enemigo, sino un combustible para todo lo que quiera hacer. Si me lo hubiesen dicho entonces me habría cambiado el prisma. La primera vez que me subieron a una báscula tenía 9 años. Hasta ese momento no había visto mi cuerpo como algo que tenía que cambiar. Y desde pequeña te hacen sentir que tienes que cambiarlo, en vez de enseñarte a disfrutarlo.

¿Qué recomendaciones de dieta te habrías dado?
Ninguna restrictiva. Si nos acostumbrásemos a comer de forma equilibrada y normal, sin demonizar alimentos ni dejarnos bombardear con la dieta detox, la paleo, el no comer hidratos o comer solo grasas o proteínas… Hay que abordar nuestro consumo de manera equilibrada y no como un problema o algo que hay que ir reformulando tantas veces como sea necesario para cambiar tal o cual cosa.

Hoy trabajas como entrenadora personal y readaptadora. ¿Qué tipo de personas vienen a ti?

Trabajo sobre todo con gente mayor y chicas que quieren volver a entrenar por disfrutar, no por compensar. Muchas veces se usa el entrenamiento de forma compulsiva para adelgazar, y si no lo haces te sientes culpable. Estas personas buscan una relación más sana con el ejercicio, y vienen para eso. Es la parte bonita: relacionarse con el deporte desde el disfrute, ganar autoestima y confianza, no lo contrario.

Quizá uno de tus principales rivales en esta misión son las redes sociales y ciertos influencers que predican milagros…

Hay mucha desinformación. La gente quiere comer solo saludable, entrena todos los días, toma suplementos sin saber qué toma… incluso ves a chavales de 16 años hacerlo. Si se hiciera bien, sería estupendo, porque hablamos de hábitos saludables. Pero en realidad son tóxicos. Hay muchos problemas que se dan en deportistas amateurs que deben darse cuenta de que no pueden vivir como un profesional. Ellos tienen psicólogo, nutricionista, preparador, entrenador. Tú tienes una dieta de internet y un plan en PDF y no tienes un marco técnico que te dirija. Y así empiezan los problemas. Por eso doy charlas en colegios sobre trastornos de alimentación y el impacto de las redes sociales. Ese espejo al que los adolescentes están expuestos 24 horas no les da información correcta y acaban con hábitos que son cualquier cosa menos bienestar. Estoy cansada de ver vídeos de “esto es lo que como en un día” o “cómo bajar diez kilos…”.  Mi granito de arena es que la gente sea consciente de que la comida no es un problema y de que hay que alimentar al cuerpo. Cada vez hay más profesionales que intentamos ser un altavoz para desmentir esa información falsa.

El mar te lo ha dado todo, pero también te ha quitado mucho. ¿Qué significa para ti?
Para mí el mar lo es todo. Soy gallega, mi casa está a cien metros del mar. He remado desde los 9 años hasta los 25. He pasado más horas en el mar que en tierra. Es la sensación de libertad, de poder… Mis mejores y peores momentos los he pasado allí. El mar me ha visto en todas mis facetas. Mi corazón tiene más agua salada que sangre. Y me encanta el pescado y el marisco. Vengo de familia de mariscadores, tenemos bateas y barcos para ir a mariscar y en mi casa desde siempre ha habido mejillones, almejas… productos del mar, de la Ría. Y en lo que como semanalmente, mis proteínas vienen más del pescado que de la carne.