23-4-2021

Ganadera e hija de ganaderos, descendiente de hombres y mujeres ligados a la tierra, Ana Corredoira nació y creció entre vacas y considera que la conexión con su territorio y su profesión le viene de serie, la lleva en los genes. En 2014, tras terminar sus estudios de biología, tomó el relevo de sus padres y agarró las riendas del negocio familiar, A Cernada (Palas de Rei, Lugo), una granja de vacuno dedicada a la producción ecológica de leche, con el objetivo de asegurar su continuidad, dándole un nuevo impulso y orientación y trabajando para conseguir diferenciarla.

Con esos objetivos en mente puso en pie As Vacas de Ulloa Sociedade Cooperativa Galega, en el que participan dos familias ganaderas con la firme creencia de que la unión hace la fuerza y de que la vida comunitaria está en la esencia misma del mundo rural. “Entendemos este proyecto como un cierre de ciclo necesario. Estamos sumándonos a una economía circular desde la tierra hasta el consumidor final, en un trayecto que permite diferenciarnos y otorgar valor añadido a nuestra producción. Es la eterna necesidad que tenemos las mujeres y hombres que estamos situados en el origen de la cadena alimentaria”.  Así presentaba su proyecto durante su intervención en la mesa redonda “Voces y productores neorrurales”, enmarcada dentro de Diálogos de Cocina.

Corredoira considera que la revolución en el mundo de los lácteos no ha hecho más que empezar y que estamos asistiendo en los últimos tiempos a movimientos interesantes ligados a la cultura, la tradición y la artesanía del queso. “Creo que tenemos una posición privilegiada porque estamos en el origen y podemos contar la historia desde el principio. Estamos reconectando el consumo con la producción y trabajando en ese eterno binomio del mundo rural y el urbano, que a veces parecen dos mundos desconocidos”.

A lo largo de su exposición, Corredoira hizo especial hincapié en el papel protagonista de la mujer dentro del mundo rural, del que tradicionalmente ha sido un “pilar estructural”: la mitad de la mano de obra agrícola en el mundo es asumida por mujeres. “Pero tal como siempre ha ocurrido, hay un problema de visibilidad. La mujer rural es invisible y está silenciada, de tal modo que no puede constituir un referente para las jóvenes, porque su voz no está allí donde se puede escuchar”.

La ganadera gallega estableció una distinción entre dos tipos de perfil muy diferentes de mujeres que trabajan en el campo. Por una parte, aquellas ligadas al mundo rural por tradición familiar y que han nacido y crecido en él, “hijas y nietas de mujeres invisibles y silenciadas que hoy no encuentran los referentes, el acompañamiento y la ayuda necesaria para entender que por su capacidad y potencial pueden llegar allí donde llegan nuestros compañeros los hombres, allí donde se toman decisiones, porque lo que no se ve o no se escucha no existe”. Por otra, las mujeres que se instalan por primera vez o regresan al mundo rural con un perfil formativo distinto para arrancar un proyecto o dar continuidad a uno ya iniciado. “Esa mujer ha encontrado en su entorno y su comunidad los referentes necesarios para entender su potencial y su capacidad y ver que debemos pelear para estar en los puestos de representación y gestión”.  En opinión de Corredoira, es imprescindible un escenario de sinergias en el que todas esas mujeres puedan unir sus voces y su fuerza, porque de lo contrario muchas de ellas decidirán abandonar y marcharse al no encontrar un medio de desarrollo vital, profesional y personal que consiga hacerles sentirse bien con ellas mismas.

Corredoira lamentó también el abandono institucional que sufren los trabajadores del sector primario, “un abandono que no es violento y por eso no llama la atención y muchas veces la sociedad urbana no lo detecta, pero es un abandono real. Las mujeres y hombres del mundo rural apenas contamos. Nuestras vidas no importan porque somos pocos, y por eso nadie pone el foco de atención sobre lo que nos ocurre. Esto es muy grave, porque supone abrirnos las puertas y decirnos ‘cojan ustedes sus maletas y váyanse, olviden sus raíces, su territorio, su gente, porque no merece la pena’. Es un mensaje de destrucción”.

La dureza del trabajo y las condiciones de vida en el campo han hecho que tradicionalmente el consejo que reciben los jóvenes que nacieron en este medio sea el de marcharse para estudiar y de ese modo tratar de labrarse un futuro mejor que el que les esperaría de dedicarse a la agricultura o la ganadería. En opinión de Corredoira, que vive dentro de una unidad familiar en la que conviven tres generaciones, seguir o no este consejo depende de quién lo dé. “No lo cuestiono si viene de mis abuelos o de mis vecinos, porque en ellos existe la preocupación y el dolor de que realmente mi vida no sea fácil. En ese caso no castigo este discurso, sino que lo entiendo, porque responde al amor que sientes por tu descendencia, que no quieres que tenga un camino tan duro y difícil como el tuyo. Pero no lo admito cuando llega de la administración o de una sociedad que nada sabe de su origen y que lo rechaza y de alguna manera lo maltrata. Para mí es tan importante lo que hago como el lugar en el que lo hago. Yo no solo he escogido una profesión, he escogido no romper las raíces que conforman mi vida”.