12-6-2024

La capacidad de comunicación gastronómica de Claudia Polo está fuera de toda duda. Gracias a un estilo desenfadado, directo y cotidiano ha conseguido casi 200.000 seguidores en TikTok y más de 130.000 en Instagram a través de vídeos en los que divulga una forma de hacer cocina en la que la espontaneidad y la sencillez no están reñidas con resultados tan sabrosos como creativos y con los que dota a sus entusiastas followers de herramientas para escapar de la rutina culinaria y elevar exponencialmente el disfrute a la hora de cocinar y comer. Formada en Basque Culinary Center, colaboradora de El País y responsable del proyecto soulinthekitchen, recientemente ha publicado su segundo libro, Entorno (tras Mañanitas: desayunos y rituales), en el que quiere mostrarnos por qué comemos como comemos, repensar nuestros hábitos culinarios y analizar las relaciones que tenemos con la comida y las emociones que nos provoca. Y todo ello acompañado de una manera muy personal de “narrar” las recetas, como si estuviésemos con ella en la cocina y nos las estuviese explicando mientras prepara cada plato, dando un sorbo de vez en cuando a una copa de vino.

Dices en el libro que una cocina de entorno que quiere tener impacto positivo va más allá de ser local de kilómetro cero. ¿Por qué ese título?

Entorno es una invitación a dibujar un barrio, un alrededor que se construye detrás de cada persona que come. Algo se activa cuando alguien elige una alimentación, lo haga con una consciencia más o menos positiva, con mayor o menor impacto. Se trata de hacer una lectura de cuál es el entorno actual en el que nos movemos, de por qué comemos como comemos, de cómo ha comido mi familia y el barrio en el que estaba, de cómo la historia de lo que tengo alrededor ha definido lo que como… Pero también es una invitación a dibujar y replantearnos el entorno futuro en el que nos vamos a mover y que va a estar definido por lo que comemos.

Porque la palabra “entorno” no significa lo mismo si uno vive en el campo rodeado de productores ecológicos que si vive una gran ciudad…

Totalmente. Algo que he intentado hacer es hablar mucho desde la realidad de vivir en 2024 en una ciudad, con las dificultades que eso conlleva para personas que tienen inquietudes respecto a su alimentación o empiezan a tenerlas. También es importante hacer que la gente sea consciente de que no tienen por qué tener una sensación de responsabilidad respecto a lo que come, pero conocer que tu forma de comer está de alguna manera diseñada y afecta a tu manera de mirar hace más autónomas a las personas.

Escribes en algún momento que “comer es un acto problemático”.

Por una parte vivimos en el momento de más disponibilidad y abundancia y en el que más se habla de comida, pero por otra estamos en el peor momento para cocinar, porque en la escala de valores del sistema en el que nos movemos el tiempo está por encima de todo, así que el disfrute, la comunidad y la pausa parece que van por detrás, y la cocina no es la actividad que más tiempo nos ahorra del mundo a ojos de la gente. Creo que necesitamos motivos extra que ya no tienen que ver con nutrirnos, porque para eso tenemos soluciones más rápidas, y he intentado dar algunos de peso para ponerse a cocinar y también ofrecer posibilidades para no tener que invertir cuatro horas en hacerlo.

También dices que el libro quiere ser un “camino despejado para salir de la caverna”. ¿Qué caverna es esa?

Es el propio sistema en el que nos encontramos, sobre todo cuando vivimos en ciudades un poco más grandes y mucho más desconectadas del mundo rural. En mi ciudad, Zaragoza, hay muchas personas a mi alrededor que no tienen ningún tipo de contacto con los pueblos, esa desvinculación se da de manera total y la alimentación en la urbe es absolutamente ajena a lo que ocurre detrás de lo que compras. El lineal del supermercado es donde acaba todo lo que conocemos sobre la alimentación, y todo lo que hay detrás, personas, impacto, transporte, producción… el consumidor diario no lo conoce. En el momento en el que vislumbras un poco de todo eso, por el medio que sea, cuando tiras abajo ese lineal como si fuese un telón y empiezas a ver lo que hay detrás, es imposible que no te cuestiones o te replantees aunque sea un poco lo que puedes hacer.

Las recetas que incluyes no son nada convencionales. No hay listados de ingredientes, ni pasos precisos… Cuentas las preparaciones de una manera muy personal.

Algo que me chirría del discurso actual de la cocina, a través de las redes sociales y de los programas de televisión, es que estamos en un momento en el que hemos empezado a situarla más en el espacio del ocio y del consumo que en el de lo cotidiano, del nutrirte, del dar de comer a tu familia un jueves por la noche. Creo que ese saber que se quedaba en lo doméstico a través del papel femenino ya no ocurre entre las paredes de la cocina, ya no se transmite ese saber hacer, saber guisar lo que haya, saber dar de comer. Me obsesiona la transmisión oral del apaño del día a día, y como no lo encuentro en esas recetas de Instagram ni en libros, quería transmitir esa oralidad de alguien que te cuenta y te enseña sobre la marcha, de ahí que sea todo muy narrativo. Y en cuanto al contenido, no se trata de enseñarte a hacer algo con unos ingredientes super específicos, sino que he intentado abarcar todas las maneras cotidianas de cocinar cualquier alimento de tal forma que cualquier persona pueda hacer lo que sea con lo que ya tiene en la cocina.

A este respecto afirmas que no crees que “seguir una receta al dedillo sea cocinar”.

Todas las personas  tenemos algún referente que ha cocinado en casa. En mi caso es mi padre, y medir y seguir algo al dedillo es algo que no ha hecho en su vida. Hoy parece que cocinar sea un acontecimiento y que haya que tener preparada una despensa especial. Esa no es la realidad del día a día. A veces la cocina es llegar a casa y hacerte una tortilla. He intentado dar las herramientas para que quien pueda empiece a hacer cosas y poco a poco las vaya interiorizando. Llevo años en redes sociales y he conocido a gente joven que lleva mucho tiempo siguiéndome y en cuya casa ya no se cocinaba, personas que con 22 años se han reformulado totalmente. He comprobado que se puede cocinar a partir de los 25 sin haber vivido eso en casa.

Así que en las redes estás casi ejerciendo ese papel que no encuentran en casa, de referente…

¡De abuela! Sí, sí, me siento un poco en modo abuela, evidentemente salvando las distancias. Si me mantengo en redes es porque genero cierta inquietud, cierto impacto en hábitos de vida, un cambio, creo que hacia un sitio mejor. Creo que es necesaria una labor de comunicación y divulgación. Creo que en las redes soy una persona muy mundana y normal y lo transmito de esa manera. Diría que esto es parte del éxito. La mía no es una cuenta que haya funcionado a través de vídeos supervirales. Llevo siete u ocho años con un crecimiento mucho más paulatino, con gente que me ve todos los días desde el principio. Me parece algo loquísimo.

Además de las redes sociales, escribes artículos en El País y otros medios, ahora has publicado este libro… ¿De qué manera abordas todas estas vías de comunicación gastronómica?

Algo que intento tener muy interiorizado, sobre todo cuando me muevo en congresos o ambientes más “gastronómicos” es que los que pensamos en esto todos los días somos una minoría de locos. La realidad es que las personas que comen y que construyen el sistema alimentario, que son todo el resto de los mortales, no están en eso. El estar en redes me permite un contacto muy directo con el consumidor diario y hace que siempre construya a partir de esa mirada, teniendo en cuenta a ese consumidor final y cómo conectar con alguien que está fuera de nuestra burbuja. Y lo de El País es una maravillosa oportunidad para ser un altavoz de proyectos en los que creo, de gente que me parece que está haciendo cosas emocionantes y con un impacto positivo. Y también para hablar de mi ciudad y mi comunidad autónoma, porque creo que también necesitamos un periodismo más desde la provincia y no tan “madridbarcelonista”.

El País y otros medios han ido ampliando las formas de contar la gastronomía, ya no se trata solo de un crítico poniendo notas a restaurantes de alta cocina.

Es que la gastronomía está cambiando. Nos estamos dando cuenta de que es otra cosa, de que la idea que teníamos sobre ella hace veinte años era muy clasista y poco conectada con la realidad, con el día a día de las personas. Por suerte se está abriendo un poco el foco. A mí me obsesiona mucho entender la alimentación como algo comunitario y no como acciones individuales y entendernos como sistemas. Es algo que también traspasa mi trabajo en general.

En cualquier caso, sigues apostando por poner un disco, servirte un vino y bailar en la cocina…

Es que el disfrute es esencial. Desde esa parte de concentración, casi meditativa, cuando cocinas, hasta el disfrute social, comunitario, el de llenar una mesa y celebrar alrededor de lo que comemos. Nuestra especie ha convertido algo puramente biológico, una necesidad primaria, en una manera de reunirnos, compartir y generar comunidad. La comida nos nutre, nos da proteínas, tiene una historia, unas connotaciones políticas, pero no se nos puede olvidar el placer, la fiesta, el gusto, el hedonismo.