20-3-2025
Cocinar para el marido como fantasía femenina, servirle y complacerle como ideal de vida para la mujer del siglo XXI. El hogar como paraíso en el que alcanzar la felicidad a través de la sumisión al cónyuge, como oasis sin una sola mota de polvo, como entorno controlado donde realizar las tareas domésticas al margen de ese mundo peligroso, imprevisible, hostil, misógino y mal remunerado de ahí fuera. La tranquilidad de dejar que el hombre se ocupe de traer el beicon a casa y proporcionarle a cambio la satisfacción de todos sus deseos. La cocina como territorio exclusivo de aquellas que han nacido para habitarlo. Este es, a grandes rasgos, el programa de vida de una tradwife, la etiqueta que lucen orgullosas en YouTube, TikTok e Instagram una serie de mujeres, especialmente norteamericanas, que, según afirman, han elegido “libremente” la vida que en otro tiempo llevaban sus antepasadas, quienes sin duda tenían muchísimas menos opciones vitales.
Una de ellas, Estee Williams, estadounidense, ojos azules, cabello rubio platino, impecablemente ondulado, define la tradwife como aquella mujer que prefiere asumir su rol tradicional o “hipertradicional” en el matrimonio “incluyendo la creencia de que el lugar que le corresponde es el hogar”. Su marido, electricista, tiene, por su condición de provider, el derecho a no hacer absolutamente nada en casa, más allá de llegar y sentarse a la mesa, donde siempre encontrará comida a su gusto, preparada durante horas en una cocina inmaculada. A Estee le va el color rosa, utiliza blusas y suéteres con las que trata de ajustarse a la mirada de su pareja, vestidos y faldas amplias, con vuelo, habitualmente estampados con flores, al estilo de la Betty Draper de Mad Men, pero (al menos aparentemente) sin sus contradicciones. Parece recién sacada de un anuncio de aspiradoras de los años 50 del siglo pasado. Solo que estamos en los 20 de este.
¿A qué responde este fenómeno? ¿Por qué esta inesperada involución/recreación nostálgica de un paraíso que nunca existió granjea millones de seguidoras/es a quienes exhiben esa imagen de ama de casa perfecta y (presuntamente) dependiente del “cabeza de familia”?
Para María Arranz, periodista especializada en cultura, gastronomía y feminismo y autora del libro El delantal y la maza, este tipo de mujeres “satisface una fantasía de una masculinidad muy chunga, la de la mujer sumisa que siempre te dice sí, que está ahí para servirte y obedecerte, un estereotipo que se acerca al ideal de la mujer convertida en un robot de [la novela de Ira Levin, llevada al cine en dos ocasiones] The Stepford Wives”.
Cocinar, para estas homemakers, es, al menos como subtexto, una cuestión de género, el deber natural que les corresponde por su condición de mujeres y de sirvientas de sus hombres y sus hijos. Eso sí, la consistente impecabilidad de su aspecto ante la cámara hace difícil imaginarlas con guantes de goma y fregona. De hecho, Nara Smith (11,5 millones de seguidores en TikTok), otro de los más prominentes ejemplos de esta tendencia, aparece vestida como la modelo que es, con trajes de alta costura, atuendos que no parecen los más adecuados para su radical enfoque de la cocina: es capaz de preparar desde cero para su marido y sus hijos cosas como cornflakes, chicles y hasta Coca Cola, recetas que va describiendo paso por paso en sugerentes y no demasiado tradicionales susurros.
“La cocina, dentro de las áreas del hogar, es la parte más creativa -continúa María Arranz-, en la que de alguna manera puedes expresarte. Nunca las vemos limpiando el váter… Y solo cocinan para su novio, su marido o sus hijos. Nunca salen diciendo que van a cocinar una tarta maravillosa para sus amigas o una sopa para su abuela o una cena fantástica para ellas mismas”.
RoRo: lo neotradicional made in Spain también vende
La más popular versión española de esta corriente es una chica llamada Rocío Bueno, conocida como RoRo en las redes sociales (7,4 millones de seguidores en TikTok, casi 3 millones en Instagram). Todo en ella, desde su aspecto a las recetas que elabora, es tan extremo que resulta difícil creer que no sea una creación de alguna inteligencia artificial o al menos una parodia (probablemente no intencionada) del universo tradwife. Su rostro maquillado con minucia y su voz aguda e imposiblemente dulce acentúan la sensación de estar ante algo irreal, una muñeca de porcelana programada para complacer a su novio, llamado Pablo, que básicamente se dedica a masticar todo lo que ella le prepara mientras pone cara de que le gusta mucho.
Y lo que le prepara puede ser una empanada de atún elaborando, siguiendo la escuela de Nara Smith, la masa desde cero (“hoy no me quería complicar demasiado en la cocina…”), una larguísima y compleja colección de cositas de picar para que Pablo y sus colegas disfruten de un partido de la selección en la Eurocopa (que ella no parece sentarse a ver) o un sencillo sándwich de queso que en realidad no es tan sencillo, puesto que también elabora el queso y el pan desde cero. Su veneración por su chico va más allá de la cocina: si no encuentra una edición que le guste del libro que le quiere regalar, se lo fabrica ella misma, cosiendo las páginas y creando las cubiertas con sus propias manos.
Por mucho que todas estas acciones sugieran una suerte de neoconservadurismo cool, por lo general estas mujeres se cuidan muy mucho de hablar a las claras de cuáles son sus preferencias políticas. “El papel que interpretan transmite una serie de valores, pero de forma muy sutil -apunta María Arranz- de tal manera que si las acusas de defender una cierta ideología ultraconservadora, siempre dicen que ellas nunca han dicho eso. Esos valores tan tradicionales están por debajo, no en la superficie. No se posicionan abiertamente, entre otras cosas porque si lo hiciesen quizá ciertas marcas no colaborarían con ellas”.

Y es que, más allá de promover esa imagen del ama de casa devota como epítome de la felicidad y el equilibrio, lo que hay debajo de toda esta corriente es negocio, millones de seguidores que no pasan desapercibidos a compañías que no parecen tener demasiados problemas en aparecer vinculadas a esos valores. De este modo, por los vídeos de RoRo desfilan de manera más o menos explícita, por citar solo unas cuantas, marcas como McDonald’s, Coca Cola, Pascual o Garnier, que ella integra como quien no quiere la cosa en sus rutinas cotidianas en una especie de product placement de andar por casa. Y uno de los vídeos más famosos de Nara Smith es aquel en el que “cocina” un bolso de Marc Jacobs.
La curiosa paradoja a este respecto es que, por mucho que promuevan esa distribución de los roles a la antigua, estas tradwives, debido a su propio éxito, son probablemente las que mantienen a sus parejas, como es el caso de la propia Nara Smith o de Hannah Neeleman (9,8 millones de seguidores en TikTok), también conocida por el nombre de su marca, “Ballerina Farm”, mormona, ex bailarina, madre de ocho hijos y especie de trasunto emprendedor de la Caroline Ingalls de La casa de la pradera, cuyos vídeos (en los que frecuentemente cocina con sus criaturas en brazos o a su alrededor, si bien en este caso el marido colabora de vez en cuando en las tareas) funcionan como puerta de entrada a su empresa de productos “de la granja a la mesa”. “Aunque ellas son las exitosas de la pareja, siguen representando ese rol de feminidad sumisa y siempre pendiente de todo. Lo que te están diciendo es: yo puedo tener éxito, pero no supongo una amenaza porque sigo haciéndole la cena a mi novio o a mi marido”, comenta María Arranz.
Entre la fantasía y los fallos del sistema
Más allá de constituir la respuesta a la fantasía de ciertos hombres, lo que resulta más complicado es tratar de profundizar en por qué esa imagen resulta atractiva para las propias mujeres, tal como se pregunta María Arranz: “Lo que te muestran una vida idealizada. Pero se trata de una performance, porque es imposible que si cocinas y limpias todo el día estés así de perfecta y relajada, con la casa impecable. Es una fantasía aspiracional que muestra el cuidado como algo tranquilo, limpio y ordenado, cuando nunca es así, como sabe cualquiera que cuide de alguien. Por otra parte, quizá hay también una reacción contra el estereotipo de la girlboss que tanto se vendió en los 2010, la chica que se comía el mundo, empresaria de sí misma y de la vida, lo que no deja de ser una fantasía muy neoliberal y cuestionable desde muchos puntos de vista”.
Si por algo es interesante este fenómeno, continúa Arranz, es porque quizá podría servir para llevarnos a reflexionar acerca de por qué el sistema sigue fallando a las mujeres, puesto que algunas ven como deseable quedarse en casa a servir a quien les toque. “Yo no tengo la respuesta, pero hay cosas que todos vemos: la desigualdad sigue estando ahí, el acoso, la violencia contra las mujeres… Existe una contraola machista ante los avances del feminismo, los espacios laborales siguen siendo hostiles, el dinero que te pagan por tu trabajo no te da para tener una vivienda… Todo ello pude funcionar como caldo de cultivo para que nos volquemos en este tipo de fantasía. Pero colectivamente no sirve para nada, porque la respuesta colectiva no puede ser encerrarte en tu casa”.
En cualquier caso, el fenómeno se enmarca en un contexto político en el que desde hace algunos años opciones ultraconservadoras que se creían enterradas para siempre vuelven a extenderse e incluso a ocupar posiciones de poder, en un tiempo en el que la defensa de los derechos y conquistas sociales que tanto costó conseguir vuelve a ser una cuestión capital. “Ser racista, machista y ultraliberal es hoy lo punk, lo antisistema. Durante décadas el sistema ha empujado hacia un lado y ahora parece que hay que empujar hacia el otro, lo que entra dentro de las lógicas históricas, pero hay que estar atentas. Ya lo decía Simone de Beauvoir. Los derechos nunca se pueden dar por adquiridos, basta que haya una crisis política, económíca o religiosa para que alguien te los quite. Hay que seguir alerta toda la vida. Y lo que estamos viendo ahora da bastante miedo”, concluye María Arranz.