6-3-2024

A sus más de 70 años, el documentalista aragonés Eugenio Monesma asiste asombrado al éxito que está alcanzando su canal de Youtube, al que hace tres años, con la ayuda de sus hijos, comenzó a subir su archivo de 3.300 documentales etnográficos, que lleva cuatro décadas engrosando. Sus historias de carboneros, herreros y alpargateros, de secado de higos y elaboración del gofio o de cultivos como los del azafrán o el cardo han conquistado a más de un millón y medio de suscriptores de todo el planeta. Desde su productora Pyrene PV, Monesma es también el creador y realizador del programa Los fogones tradicionales, de Canal Cocina, que lleva 25 años en antena mostrando a sus espectadores las recetas ancestrales de los pueblos de España. Apasionado “conservador” de trabajos y vidas apegados al primer sector que poco a poco van desapareciendo, Monesma está convencido de que las viejas tecnologías, los oficios manuales de nuestros antepasados, tienen mucho que aportar en un mundo inundado por las nuevas.

¿Cuáles crees que son las razones del éxito de tus documentales en Youtube?

Hay  cosas que son casi inexplicables. Tanto mi programa en Aragón TV como las emisiones en La 2 y el Canal Internacional de mis documentales de oficios tenían bastante éxito, sobre todo en Latinoamérica, un territorio que todavía continúa practicando algunos oficios artesanales que yo he recogido en mis películas. El de Aragón TV tenía una audiencia bastante digna, de entre el 12 y el 14%, pero lo de internet fue toda una sorpresa, porque desde el principio, cuando comenzamos a colgar los documentales por iniciativa de mis hijos, empezaron a subir los suscriptores y hoy hemos llegado a más de un millón y medio y a más de 400.000 visionados diarios en todo el mundo. Lo comprendo porque lo veo, pero si me lo contaran no me lo creería.

¿Cuál es el perfil de esos espectadores?

Nos ven desde todas partes: Japón, Marruecos, Alemania, Francia, Italia… pero sobre todo desde Estados Unidos y Latinoamérica. La franja mayor de espectadores está entre los 25 y los 34 años, donde se concentra el 21,9% de nuestra audiencia. Se trata por tanto de gente que no ha conocido estos oficios y que de alguna manera se sienten atraídos hacia la visión de cómo nuestros antepasados se ganaban la vida y utilizaban los recursos que la naturaleza les ofrecía.

¿Por qué crees que son precisamente los jóvenes quienes más ven tus trabajos?

Quizá la razón sea que hoy la juventud está siempre con el móvil y todo es rapidísimo. Lo que más se ve en redes sociales son esos shorts de minuto y medio. Pero en nuestro canal llegan incluso a ver un documental de hora y media donde se muestra cómo se reconstruye un tejado de tabilla en la selva del Irati.  Y hay hasta quien se queja de que algunos son demasiado cortos, de seis o siete minutos (porque no requerían más), como el de la elaboración del regaliz de palo. Creo que algo importante es que les mostramos cómo se trabaja con la manos, porque los jóvenes reciben hoy mucha información, pero no la ponen en práctica, y hay muchos que me cuentan, por ejemplo, que han probado a hacer jabón. Quizá estos documentales les sirven de estímulo para pasarse de ese mundo tan digital en el que vivimos a lo analógico o “manológico”. Y además el narrador tiene una voz muy atrayente y relajante, como me comenta mucha gente.

Es curioso también que valores como la lentitud, la paciencia o la repetición hayan atraído tanta atención.

Esta gente tiene muchos valores humanos, son humildes y sencillos. Nunca van a sentirse más que nadie. Te sientas con ellos a compartir la bota de vino, un trozo de tocino y un cacho de pan y eres feliz hablando y recogiendo información. El haber hecho muchos documentales y conocido muchos oficios te da la ventaja de que estás a su nivel. He hecho seis trashumancias con los pastores, estando con ellos día y noche. Convives con el carbonero durante diez días y te va dando información y de paso te explica cómo se hacían las trampas para cazar conejos. A algunos de estos personajes, como Hilario Artigas, la gente que ve los documentales los tiene como héroes, porque sabe hacer hornos de cal, paredes de adobe, cartuchos para la caza, cultiva el cáñamo y el lino, de repente coge una hoja de calabaza y la convierte en un reclamo para cazar ciervos… Para la gente este hombre es un sabio de la naturaleza. Y es muy importante estar al mismo nivel que ellos, que nunca te vean como una persona superior porque a lo mejor tienes estudios. Tú estás a su nivel o por debajo. Él es el que sabe hacer cartuchos o carbón. Tú no sabes nada. Sabes hacer fotos.

Más allá de los productos, hablas de vidas de personas que de otro modo serían anónimas, gente de los pueblos que se dedica al primer sector, a oficios duros y poco valorados socialmente.

Siempre me ha gustado contar las historias de quienes no han hecho historia. De reyes, condes y marqueses ya tenemos muchas, pero de la gente sencilla no. Cuando empecé, hace 42 años, se sentían a veces muy humillados. Carboneros, alpargateros, herradores… te decían “¿para qué ve usted esto, con el hambre que me ha hecho pasar?”. Hubo una etapa en los años 80 en la que iba por los pueblos en las semanas culturales a proyectar los documentales y al ver que yo estaba dando valor al trabajo de toda esta gente que había sido humilde, salían nuevos temas. “Oiga, pues yo aún tengo los bueyes con los que araba”. “Bueno, pues si quiere lo grabamos”. Así empezaban a sentirse protagonistas. Y cuando la serie sobre oficios perdidos se comenzó a emitir en TVE de alguna forma se empezó a valorar este tipo de trabajos y esto fue muy importante. Poco a poco las propias comarcas no querían dejar perder a ese artesano mayor que había ejercido un oficio y vimos que entre todos podíamos recuperar un patrimonio muy interesante.

Una parte importante de su archivo de documentales etnográficos tiene que ver con la alimentación. Monesma lista de forma tan apasionada como pormenorizada los que se le van viniendo al recuerdo: “todo el tema del vino y el aceite en distintos tipos de almazaras, el azafrán, las judías, el queso y la mantequilla en distintos lugares, el secado de higos, tomates y orejones, el cardo cubierto de tierra, muy típico en Aragón, la recolección y conserva de las alcaparras, el mundo  de la apicultura y también la miel de palma, los percebeiros, las fideleras que iban haciendo fideos por los pueblos…”

Gente que poco a poco iba dejando de practicar esos oficios, en esos pueblos que se han ido vaciando década a década…

Ya solo queda la gente mayor en los pueblos. Es una vida difícil. Yo viví la despoblación del alto Aragón en los años 70, cuando carpinteros, herreros y otros profesionales conseguían un puesto de trabajo en la Seat en Barcelona y sus mujeres hacían faenas en las casas. A los dos años llegaban al pueblo en un Seat 600. Los oficios principales se iban yendo y estos lugares se convertían en pueblos de fin de semana para la gente de la ciudad, así que se abandonaba el trabajo con el ganado y los campos.

Y con ello la conexión con la naturaleza.

Hay gente que cuando ve un vídeo de un carbonero en Youtube me escribe para quejarse diciendo que “este hombre está destruyendo el monte, está contaminando”. Gente que se comprará los muebles de su casa en Ikea… Miremos 60 años atrás. Lo que hoy llamaríamos pesca furtiva en los ríos era la despensa de los pueblos del interior. Se cogían un par de truchas para cenar por la noche, pero no las pequeñas, sino las más majas, para que las otras se pudieran desarrollar. Toda esta gente se sentía parte de la naturaleza, cosa que ya no nos ocurre a nosotros, los urbanitas.

¿Te va resultando más difícil cada año que pasa encontrar a gente que los siga ejerciendo?

Hay algunos que lógicamente tienen que desaparecer. Todos los que tienen que ver con las caballerías, por ejemplo, que eran la fuerza motriz del campo. Pero  hay otros que siguen, como el cultivo del lino, del cáñamo para fibras textiles, las artesanías de orfebres y oribes. Los forjadores siguen, pero son ya artistas. Ya no se hacen tampoco calderos de cobre y la cerámica es más creativa, no tan funcional… Hoy se trata más de objetos ornamentales que de herramientas. Hace muchos años hice un documental sobre un forcaire, el que fabrica las horcas para recoger y mover hojas, ramas, paja, etc. Hoy su nieto, licenciado en matemáticas, las sigue haciendo y continúa yendo a algunas ferias orgulloso del trabajo que heredó de su abuelo.

¿Cómo empiezas a interesarte también por la cocina de los pueblos, en la que se centra tu programa de Canal Cocina Los fogones tradicionales?

Mi objetivo hace 40 años fue recoger todo lo que estaba vinculado a las tradiciones y costumbres y el arte culinario era una de ellas. Cuando ibas, por ejemplo, a grabar con los carboneros o con los pastores, en un momento dado paraban y preparaban una caldereta. Y a mí aquello me inspiraba y pensaba que también había que recogerlo y recuperar algunos platos que estaban medio perdidos. Así empezó la serie de Los fogones tradicionales, que también forma parte de los documentales etnográficos, en la que siempre utilizamos un hogar de leña, un fuego tradicional, nada de hornillos ni vitrocerámicas.

Poco a poco vamos asistiendo a una mayor valoración de esa cocina “de siempre”, a la que tú siempre has dado importancia.

Hace tres o cuatro meses estuve grabando en Sierra Alta, una casa de comidas en Vega del Codorno, donde nace el río Cuervo, en Cuenca, en la que dos hermanos jóvenes están recuperando platos como el morteruelo, las gachas… con una presentación actualizada. Y utilizan sus propios productos, su caza, las setas que recogen, esas manzanas que son feísimas pero muy sabrosas…  Esas esencias de la gastronomía se están retomando y la gente urbanita las valora mucho y las quiere saborear, acercarse a un pueblete porque allí hacen un ajoarriero estupendo. Hay muchos mesones y hostales que siguen manteniendo esa cocina tradicional y algunas señoras mayores continúan guisando.

Y son precisamente mujeres, generalmente no profesionales, las que suelen protagonizar tu programa. Son ellas las que han estado habitualmente al frente de estas casas de comidas de los pueblos.

Casi todos los cocineros tienen como referencia a su abuela o a su madre, a las que veían guisar. Y hoy elaboran el mismo morteruelo o el plato tradicional que sea, con algún toque distintivo más moderno, pero el género es el mismo. Solemos grabar los programas con tres o cuatro amas de casa de los pueblos que nos preparan uno o dos guisos. Hay un interés por sus recetas pero también es importante que estas mujeres comunican de manera muy directa. Como grabo yo no tienen más remedio que mirarme a mí a través del objetivo y esa comunicación directa entre la guisadora y el espectador tiene mucho valor. Pero también hemos tenido hombres, porque en cada sitio al que voy hay uno o dos que nos hacen ese plato típico en el que son especialistas y que preparan para cuadrillas o peñas de amigos.

¿Sigues al pie del cañón, viajando de aquí para allá? ¿En qué estás ahora?

Con el Gobierno de Navarra hacemos siempre tres o cuatro documentales. Ahora estamos con un proyecto sobre las facerías en los pueblos. Y estoy preparando otros 44 capítulos para la serie Los fogones tradicionales. Y también investigando temas relacionados con las piedras rituales, funcionales. Sigo las redes, pero esto lo lleva mi hijo: las nuevas tecnologías me vienen muy grandes. Hemos estado en contacto con los chinos, que tienen otros formatos que no son Youtube y nos han escrito alguna vez interesándose por nuestro trabajo, y también los rusos, aunque ahora con la guerra… A las cuatro de la mañana estoy en la oficina y a las siete de la tarde ya desconecto. Y también salgo al monte, claro, que mañana mismo vamos a ver unas piedras que nos han indicado, a ver qué son…