19-4-2021

En los años que siguieron a la crisis económica abierta en el año 2008, comenzaron a aparecer en los informativos y las primeras planas de los periódicos imágenes de “espigadores urbanos”, personas que hurgaban en los contenedores en busca de algo comestible que llevarse a la boca. Aquellas instantáneas pusieron de manifiesto no solo el hecho de que cada vez más personas se encontraban en riesgo de pobreza y sin acceso a una alimentación saludable (las cifras de déficit alimentario y las tasas de obesidad se dispararon en la época), sino también la gran cantidad de alimentos en perfecto estado que terminaban en la basura.

En este contexto surge Espigoladors, organización sin ánimo de lucro creada en Barcelona en 2014 con el objetivo de promover un proyecto de impacto social y ambiental que diera respuesta a la lucha contra el desperdicio alimentario y al mismo tiempo fomentara el derecho a una alimentación saludable para personas en situación vulnerable y generase oportunidades laborales para quienes se encontrasen en riesgo de exclusión social.

Desde el principio, la organización quiso recuperar y dignificar el “espigamiento”, actividad que consiste en la recogida de frutas y verduras que son rechazadas por el circuito comercial debido a excedentes de producción, descenso de ventas o por una pura cuestión estética: al parecer, preferimos las patatas perfectamente ovaladas, sin bultos, agujeros ni protuberancias, lavadas y pulimentadas, por mucho que tras pelarlas y cortarlas todas tengan el mismo aspecto y sabor.  Tras llegar a un acuerdo con los productores, Espigoladors organiza con personas voluntarias recogidas en el campo de aquellos alimentos que no tienen salida comercial y los canalizan hacia entidades sociales para facilitar ese acceso a una alimentación saludable de personas en situación de vulnerabilidad.

Según su presidenta, Mireia Barba, “es sorprendente ver que alimentos en perfecto estado se descarten únicamente porque no cumplen con unos criterios estéticos. El modelo alimentario industrial global en el que estamos inmersos busca únicamente el beneficio, selecciona solo lo perfecto y descarta lo que no entra por el tubo de la máquina. Nosotros apostamos por un cambio del sistema alimentario para que sea más justo, más resiliente y más sostenible, de tal modo que no se produzcan tantas pérdidas”.

En Espigoladors la imperfección, lejos de ser un defecto que excluye del sistema, se entiende como algo absolutamente normal y positivo. “Hay ciertas tendencias que se nos marcan desde pequeños, la necesidad de ser perfectos como personas, en la manera de ser, de vestir… Se trata de romper con esta idea y darnos cuenta de que la realidad es que todos somos perfectos e imperfectos, tanto las personas como los alimentos. Y a través de nuestro trabajo tratamos de dar segundas oportunidades tanto a los alimentos como a las personas que también están excluidas del mercado”.

Espigoladors dona el 90% de las frutas y verduras que recupera a entidades sociales para facilitar el acceso a alimentos frescos a personas que normalmente no podrían acceder a ellos. El 10% restante se destina a elaborar conservas artesanales: con el objetivo de la inserción laboral en mente, Espigoladors lanzó en 2018 es im-perfect, una línea de cremas, mermeladas, patés y salsas de alta calidad a partir de las frutas y verduras descartadas que no donan a entidades sociales y que transforman en su obrador de El Prat de Llobregat. Lejos de esconder la naturaleza imperfecta de las materias primas que son la base de estos productos, la llevan a primer plano, negro sobre blanco, en etiquetas cuidadosamente diseñadas en las que se puede leer, por ejemplo “Mermelada de manzanas y canela imperfectas”.

“La marca de conservas -comenta Mireia Barba- surgió como una manera de ir a contracorriente y demostrar que la im-perfección puede convertirse en una tendencia, en algo que está de moda, mostrando que el hecho de elaborar productos con alimentos desperdiciados no significa que no sean de excelente calidad”. El obrador en el que los elaboran funciona como laboratorio de innovación para el aprovechamiento alimentario y también como espacio de formación e inserción laboral para esas personas en riesgo de exclusión social, que a través de este trabajo ven fortalecida su dignidad e incrementada su autoestima.

En el último año “normal”, 2019, el obrador proporcionó 19 oportunidades laborales y formativas. Ese mismo año, con la colaboración de 600 voluntarios y 104 productores, se recuperaron 235.202 kilos de alimentos (en 2021 se han duplicado los kilos recuperados), que beneficiaron a 9.800 familias a través de 54 entidades sociales receptoras, y se realizaron acciones de sensibilización que contaron con 10.692 participantes.

Para Mireia Barba, este último punto es de capital importancia. “La concienciación es fundamental para provocar un cambio de comportamiento en las personas consumidoras. Si realmente supiéramos de dónde proceden los alimentos, lo que cuesta cultivarlos, los valoraríamos más, compraríamos de manera diferente y consumiríamos de otra manera. En este sentido el espigamiento es una herramienta potentísima, porque acerca al campo a personas urbanas sin ninguna clase de conexión con el sector primario, las hace tener un contacto con la tierra y las lleva a apreciar el verdadero sabor de un producto recién recogido. Además, están desapareciendo los abuelos y abuelas productores, así que los niños y niñas acaban perdiendo esa conexión con la tierra. Los huertos escolares están muy bien, pero la transmisión de conocimiento a través de alguien cercano en el campo es muy importante para aprender a valorar y consumir estos productos”.

Para profundizar en esta concienciación, Espigoladors desarrolla, entre otras actividades, acciones de formación en escuelas e institutos, talleres de cocina de aprovechamiento, asesorías a empresas y entidades en el ámbito de la economía circular o campañas de comunicación sobre despilfarro alimentario, gestión de residuos y consumo responsable. “Todos somos el problema y todos somos parte de la solución. Los consumidores, como último eslabón de la cadena, podemos llegar a cambiar las cosas, porque en definitiva si pedimos un determinado tipo de producto, seguramente lo obtendremos, así que tenemos mucho que decir”.

Entre sus colaboradores, Espigoladors cuenta con la cocinera Ada Parellada, quien durante años ha desarrollado la iniciativa “gastrorecup”, que consiste en preparar menús a precio muy reducido a partir de alimentos descartados, con el fin de incrementar el prestigio de estos alimentos a ojos de la clientela. En opinión de Mireia Barba, los cocineros deben tener un importante papel en lo que respecta a las pérdidas y el desperdicio alimentario. “Si queremos solucionar este problema tenemos que aprender a cocinar, porque se está perdiendo el relevo generacional en la cocina. Los cocineros pueden ser prescriptores de este movimiento desde la cocina”.

Como no podía ser de otra manera, la crisis provocada por la covid-19 no ha hecho sino intensificar el compromiso de Espigoladors con su razón de existir. En marzo de 2020, con el comienzo de las restricciones, decidieron invertir todos sus recursos y personas disponibles en ampliar los programas de espigamiento con el fin de dar más acceso a alimentos, puesto que la demanda se desbordó. “El modelo ha crecido debido a la pandemia y ponemos en valor su capacidad para dar respuesta a las graves necesidades que ha dado lugar la covid-19”, continúa Mireia. También se decidió abrir el obrador a la sociedad. “Iniciamos una campaña llamada ‘Conservas que cuidan’, a través de la que elaboramos y donamos conservas para colectivos en situación vulnerable. Abrimos una campaña de crowdfunding para costear esa elaboración y mantener los puestos de trabajo de las personas en riesgo de exclusión, sin recurrir a ERTEs. Las conservas iban etiquetadas con mensajes de solidaridad y acompañamiento a las personas que en ese momento se sentían más solas, asustadas o en situaciones más complicadas. Fue una etapa dura, pero también increíble, porque cada día ayudábamos a que algunas personas se estuviesen alimentando de una manera saludable”.

Desde aquel año 2014, cuando Mireia y su equipo recibían miradas de extrañeza cuando contaban su proyecto, las cosas han evolucionado en España y se han ido multiplicando las iniciativas desde distintos sectores en este ámbito. Espigoladors aspira a consolidar una red nacional contra el despilfarro alimentario que agrupe a todos los sectores implicados, desde modelos de negocio hasta el mundo de la investigación, para establecer sinergias y ser capaces de funcionar como “lobby” y crear proyectos conjuntos que provoquen un mayor impacto. En Cataluña incluso se aprobó en marzo de 2020 una ley contra las pérdidas y el despilfarro alimentario. “Se trata de una ley pionera en Europa, porque afecta a toda la cadena alimentaria y no solo a los supermercados y a los hogares. Propone, entre otras cosas, que sea obligatorio preparar un plan de prevención y pérdidas en distintos sectores, administraciones, hostelería, sector primario, entidades sociales… Te obliga a cuantificar las pérdidas y estudiar cómo prevenirlas. Además, la ley regula por primera vez el espigamiento. Es una de las cosas por las que podemos estar orgullosos, el haber conseguido recuperar una actividad que había desaparecido y que además esté regulada por una ley”, concluye Mireia.