¿No tienes plan para la noche de Halloween? ¿No te va lo del trick or treat? Te sugerimos darte un atracón de películas de terror por las que desfilan algunas de las creaciones culinarias más espeluznantes, indigestas o simplemente asquerosas que jamás hayan aparecido en una pantalla. Un banquete gastrocinematográfico a base de sushi caníbal, chuletones en su punto injusto de maduración, natillas de pus, fondues infrahumanas, yogures ultraprobióticos, dumplings rejuvenecedores y sopas de ojo (que no de ajo) que probablemente hará que se te atraganten las palomitas. ¡Mal provecho!

Bífidus demasiado activo 

In-natural (The Stuff, Larry Cohen. 1985)

Los fans de los probióticos y todos aquellos que cayeron rendidos ante el advenimiento del L. casei inmunitas tienen aquí una inmejorable oportunidad de reírse de sí mismos recordando aquellos tiempos en los que se dejaron auténticas fortunas en botellitas de 10 cl. rellenas de un líquido blanco, denso y básicamente inocuo que sin embargo prometía llevar a sus vulnerables organismos hasta la inmunidad y más allá. En este caso nos encontramos ante algo que tiene algún que otro poder: un yogur activado por un bífidus tan activo que no solo alegra la microbiota, sino que provoca tremenda adicción entre quienes lo prueban, que progresivamente van dejando de comer cualquier otra cosa, convertidos en zombis lácteos, y son literalmente poseídos por la sustancia, que en caso de rebeldía puede llegar a comérselos desde dentro hasta dejarlos huecos como un cascarón de nuez. 

Fondue de clases desfavorecidas

Society (Brian Yuzna, 1989)

Los pobres no son solo una clase diferente, sino que también pertenecen a una raza… o más bien a una especie distinta a la de los ricos, quienes de este modo se ven legitimados para criarlos (sin que ellos lo sepan) con el objeto de convertirlos en su alimento, que liban como sanguijuelas, succionando todo lo que tienen dentro, sacándoles todo el jugo, exprimiéndolos al máximo… Y todo ello, por una vez, literal y asquerosamente, no estamos hablando aquí de metáforas del primer mundo expoliando y comiéndose al tercero, aunque la lectura es válida. La cosa desemboca en manos de Brian Yuzna en algo que está a medio camino entre una orgía de la alta sociedad y una fondue de cuerpos humanos que se derriten y se confunden los unos con los otros, dentro de una de las secuencias más genuinamente repulsivas de la historia del cine de terror.

All your sushi can eat

Dead Sushi (Noboru Iguchi, 2012)

Saltarse el paso de congelar el pescado antes de preparar sushi puede tener consecuencias mucho más graves que una infección por anisakis. Si se trata de un pescado fresco fresquísimo puede llegarse incluso al punto de no saber a ciencia cierta quién es el comensal y quién el plato, puesto que cabe la posibilidad, como en el caso que nos ocupa, de que los makis desarrollen una dentadura con la que arrancarte la lengua de un bocado, los nigiris vuelen como plaga de langosta y el sashimi se te pegue a la epidermis para chuparte la sangre. Bien es cierto que en este festival de gore, artes marciales y erotismo soft interviene el clásico suero verde para acelerar las cosas y transformar a los comensales en zombies o al menos en surtidores de sangre cuando tratan de degustar sus delicias japonesas. Pero por si acaso no está de más recordarlo: una semana en el congelador.

Chuletón no al punto, pero imbatible

Poltergeist (Tobe Hooper. 1982)

Si el hambre aprieta de madrugada y le entran a uno ganas de llegarse hasta el frigorífico a ver qué hay, conviene aguantarse, especialmente si nos encontramos en una casa construida sobre un cementerio, no solo porque el snack a deshoras puede resultar indigesto y afectar negativamente al sueño, sino porque si nos decantamos por un chuletón, digamos, quizá a este le dé por reptar sobre la encimera y después decida someterse a sí mismo a un proceso de dry aging tan vertiginoso que resulte imposible detenerlo en su punto justo de maduración, con la consiguiente erupción de líquidos vomitivos, gusanos y larvas que emergen a borbotones de sus profundidades.

Los jiaozi de la eterna juventud

Dumplings (Fruit Chan, 2004)

Exactriz, rondando los cuarenta, los papeles hace tiempo que escasean, el espejo empieza a devolver una imagen que se ajusta cada vez menos a la que tiene de sí misma en su interior, su marido ha comenzado a tontear con veinteañeras, los cosméticos no funcionan… ¿Quizá si cambiase de dieta? Pues claro, en una buena alimentación está la clave de todo, incluso la de conseguir que el cuerpo detenga su avance hacia la decrepitud y de un volantazo emprenda la regresión hacia el útero… Como esa ancianísima y reputada cocinera que no aparenta más de 30 años gracias a sus delicados dumplings, elaborados a base de repollo, cebollino, harina alta en gluten y… fetos humanos. ¿Por qué no probarlos? En fin, si comemos alimentos ricos en calcio para aumentar nuestro nivel de calcio…

Pustard

Braindead (Dead Alive, Peter Jackson. 1992)

Mucho antes de convertirse en el titiritero que movía los hilos en la Tierra Media, Peter Jackson fue un director freak al que le iba el gore, las pelis de zombis y de alienígenas caníbales. En Dead Alive (en España conocida por el mucho más gastronómico título Braindead: tu madre se ha comido a mi perro) sirvió una de las escenas más asquerosas que se recuerdan, una comida familiar rematada con unas natillas aliñadas con pus, sangre e incluso algún que otro apéndice corporal que accidentalmente acaban en el bol por culpa de la inestabilidad fisiológica de alguno de los zombificados comensales, quienes, perdidos en su limbo entre la vida y la muerte, siguen masticando con una perfecta mezcla de indiferencia, dignidad y decrepitud. 

Serpiente con sorpresa

Indiana Jones y el templo maldito (Indiana Jones and the Temple of Doom, Steven Spielberg, 1984)

Aunque no es esta una película estrictamente de terror, sí contiene uno de los banquetes más culturalmente retadores que han pasado por una pantalla, el que el adolescente maharajá de Pankot ofrece en su palacio, con Indy, Tapón y Willie entre sus invitados. Para abrir boca, serpiente con sorpresa… ¿Qué sorpresa? Basta rasgar con un cuchillo bien afilado la piel del reptil para liberar decenas de lo que parecen anguilas vivas, tan difíciles de comer como de atrapar. El menú continúa con un plato de escarabajos negros del tamaño de bogavantes cuyos interiores se succionan ruidosamente tras abrir el caparazón, una sopita de ojo (que no de ajo) y un “sorbete de sesos de mono” convenientemente servido en su cráneo original, con pelo y todo. 

El averno de los trastornos alimentarios

Arrástrame al infierno (Drag Me to Hell, Sam Raimi, 2009)

Sam Raimi, uno los referentes del género, entregó aquí una inquietante historia de maleficios y alucinaciones, los que afectan a la protagonista, una joven que, sea porque se resiste a comprar uno de esos pasteles que la tientan desde los escaparates de las pastelerías o porque su comida desarrolla ojos que la vigilan, nunca termina de comer nada. La película está plagada de sustos de esos que hacen saltar de la butaca y ofrece un repulsivo banquete de metáforas visuales acerca de los infiernos de la bulimia y otros trastornos alimentarios.  Por las bocas de sus protagonistas se vomitan moscas, larvas, gusanos, sangre, líquidos verdosos e incluso gatos, en una de las escenas más memorables de la película.