La periodista Ana Maria Rivero nos cuenta lo que se vive en Chile ante la crisis del Coronavirus, en medio de un contexto tan sensible como el de un país signado, como ha ocurrido en los últimos meses, por la complejidad.
Desde Santiago de Chile. 23/03/2019
Recuerdo ese día. Estaba parada —a la salida de un local— junto a varios dueños de importantes restaurantes, y yo, periodista gastronómica, los escuchaba: «¡Que mal está todo!», decía uno. «Terrible», decía otro. Y los comentarios se desencadenaron como un efecto dominó. Todos se quejaban de lo mal que lo estaban pasando y mostraban un panorama bastante gris. ¿La fecha? Septiembre de 2019. Un mes después, llegó el estallido social a Chile (tan necesario) y con éste llegó la segunda estocada a este rubro. Vino el toque de queda (todos recluidos), luego las marchas, los detenidos, las balas, los incendios… y ya no quedaba ánimo para salir.
Durante los primero meses del estallido, la situación de los restaurantes y hoteles se tornó cada vez peor: suspensión de la gran parte de las reservas, restaurantes que no podían abrir por estar en la zona cero, terrazas y mesas vacías. Muchos empezaron a bajar sus cortinas y clausurar locales, amparados en la crisis social, pero en la mayoría de los casos los restauranteros no han reconocido que han tenido —sobre todo— una mala gestión en los últimos años, con costos que nadie puede sobrellevar.
Pasaron los meses y con ello vino la naturalización de las sirenas policiales, de las marchas. La gente volvió a salir, con menos frecuencia pero salía (por fin) nuevamente. Hasta que llegó el 4 de marzo y con ese miércoles, llegó el primer infectado de coronavirus en Chile. Era cosa de tiempo. Empezó el festival de memes, de risas sobre el virus, de bromas de estar en cuarentena… hasta que empezaron las voces de alerta que rápidamente se transformaron en voces de emergencia. El discurso del presidente Piñera el viernes 13 por la noche, anunciando más precauciones (para muchos insuficientes, pues permitía reuniones de 500 personas y ni atisbos de cuarentena), hizo que la gente se replegara un poco más y dentro de los más afectados… los restaurantes y hoteles.
Feroz.
Ha pasado una semana desde ese viernes 13 y la gran mayoría de los locales han bajado su cortina con anuncios de «Hasta nuevo aviso» o con frases como «Por el cuidado de nuestros clientes y nuestro personal…». Varios han empezado a hacer entrega a domicilio (porque aún seguimos sin cuarentena), incluso son sus propios cocineros quienes llevan el reparto. Pero estas medidas son insuficientes, porque el coronavirus se convirtió para muchos en una estocada final. Cuando volvamos a ver la luz al final de este túnel, cuando la vida nos permita volver a abrazarnos y mirar con más paz nuestro entorno, los restaurantes y hoteles en Chile tendrán mucho que replantearse. Sobre todo la alta gastronomía, que vivía (en gran parte) de los turistas. Habrá que volver la mirada hacia un público chileno, un comensal dolido en el corazón y económicamente. Los restauradores tendrán que replantearse cómo quieren seguir, qué van a dar de comer y cómo van a cobrar (porque los precios de muchos restaurantes acá son iguales a Europa… y no estoy refiriéndome a la alta cocina). Pero soy de las que pienso y siento que lo que estamos viviendo es también una oportunidad; había que reconectar, resetearnos, silenciarnos, reencontrarnos, aceptar lo que hicimos y dejamos de hacer, lo que dijimos y silenciamos. Sólo pido que todo lo vivido no sea en vano.
Ana Maria Rivero. Periodista gastronómica, parte del grupo organizador y promotor del congreso Ñam.