18-12-2020

José María Ordovás, director del laboratorio de Nutrición y Genómica de la Universidad de Tufts (Boston) y presidente del Grupo de Trabajo Multidisciplinar (GTM) que asesora al Ministerio de Ciencia e Innovación en materias científicas relacionadas con la covid-19, se muestra precavido a la hora de pronosticar cuándo podremos recuperar una cotidianidad parecida la que vivíamos antes de la irrupción de la pandemia, incluido el funcionamiento normal de los restaurantes. Aunque pronto comenzarán las vacunaciones, la mayor o menor rapidez en su distribución, la negativa de muchas personas a vacunarse y el conocimiento parcial que todavía tenemos con respecto a su alcance, entre otros factores, le impiden afirmar a ciencia cierta cuándo llegará el ansiado regreso a nuestra vida anterior. En cualquier caso, y siempre guiado por la precaución, sospecha que, aunque las cosas empezarán a mejorar el año que viene, hasta el 2022 las aguas no volverán por completo a su cauce. 

Las vacunas por fin están a punto de llegar. ¿Hasta qué punto debemos moderar el optimismo que poco a poco se va abriendo paso?

Necesitamos ser optimistas, pero sin que eso nos haga bajar la guardia y relajar las medidas. Dicho en términos bélicos, el hecho de que el rescate se aproxime no quiere decir que haya que salir de las trincheras. El “enemigo” sigue allí y sus balas siguen siendo mortales. Por lo tanto, es bueno para la moral saber que pronto serán neutralizadas, pero hasta entonces hay que seguir ejerciendo la mayor prudencia. 

¿Qué sabemos a día de hoy acerca de ellas?

Por ahora lo que sabemos es todo positivo. Los resultados de las vacunas que están más avanzadas muestran una eficacia por encima de lo anticipado y no se registran de manera sistemática efectos secundarios más allá de lo que es común con otras vacunas habituales. Es decir, dolor, enrojecimiento y/o inflamación en la zona donde se inyectó la vacuna, dolor de cabeza, fiebre, náuseas, dolor muscular y fatiga. 

¿Y qué nos falta por saber?

Su desarrollo se ha producido en un tiempo récord, así que no podemos conocer su futuro, principalmente cuánto tiempo se mantendrá su protección y, por lo tanto, si tendremos que revacunarnos periódicamente o no. No conocemos por qué en unos individuos la infección se da de manera asintomática y en otros es mortal. El peor pronóstico se ha asociado con trastornos adicionales como la obesidad, la hipertensión o la diabetes, y por supuesto con la edad avanzada. Sospechamos que una heterogeneidad similar tendrá lugar con respecto a la protección tras la vacuna. Queda por saber su eficacia en los niños, pero esa es una de las incógnitas de este virus, porque no se manifiesta tanto en ellos, que además parecen ser menos contagiadores. Sabemos de unos pocos casos de reinfección, pero su cuantía no es suficiente para causar alarma a corto plazo. Una de las (pocas) cosas buenas de este virus es que no parece mutar activamente, por lo que las vacunas que se desarrollan hoy servirán también en el futuro, siempre que el virus no cambie de comportamiento. 

¿En qué plazos comenzaremos a dar respuesta a estas preguntas?

Podemos asumir que la protección que aportan las vacunas durará hasta 9 meses, que es el tiempo que llevamos sufriendo la pandemia. Más allá entramos en terreno desconocido y tendremos que esperar quizá otro año para poder responder a estas cuestiones con precisión. Afortunadamente, durante ese tiempo la investigación científica seguirá su curso y estaremos más preparados para afrontar esas incógnitas. Por eso es esencial que la investigación continúe y no se abandone tras la llegada de las vacunas, pensando que ya está todo resuelto.

En un artículo reciente, el científico y periodista Javier Sampedro llamaba a la precaución diciendo lo siguiente: “Las dosis que llegarán ahora no darán ni para un 1% de la gente, y necesitamos un 70% para alcanzar la inmunidad de rebaño. La población occidental se irá vacunando a lo largo de 2021, y estaremos inmunizados para las Navidades de ese año” ¿Es más o menos ajustado?

Las previsiones parecen bastante acertadas. En la mayor parte de los países que tienen la suerte de estar recibiendo ya las vacunas las primeras dosis llegarán solo a una fracción de los colectivos de más alto riesgo, como las personas de edad avanzada y los profesionales de la salud. Y hay todavía elementos para los que no tenemos respuesta clara, como si hay que vacunar a aquellos que ya han sufrido la enfermedad. No olvidemos que estas primeras vacunas requieren una primera vacunación y luego otra tras unas 3 o 4 semanas, lo que disminuye considerablemente el número de personas que se pueden vacunar de manera inicial, ya que hay que reservar dosis para la segunda vacunación. En cuanto a cuándo estaremos todos vacunados, hay que indicar que la vacunación es voluntaria y que no todo el mundo quiere ser vacunado. Todavía se observa reticencia y hay mucha gente que quiere esperar a que otros lo hagan primero.  Esperamos que este miedo se vaya apagando con el paso del tiempo. Pero eso requerirá una transparencia total y campañas educacionales bien hechas que acallen o mitiguen el impacto de los influencers antivacunas. Si todo esto ocurre, es bastante posible que las próximas Navidades sean más tradicionales que las de este año. 

La vuelta a la normalidad de los restaurantes

Según una consulta a 700 epidemiólogos realizada recientemente por el New York Times, un 44% de ellos consideraba que la actividad más arriesgada, y la que más evitan para no contagiarse, es ir a un restaurante. José María Ordovás da por sentado que ese 44% pensaba en la situación de más riesgo, la de comer en un espacio cerrado y no en el exterior, y apunta a que hay indicadores de que el riesgo puede ser mayor en las reuniones familiares en los hogares, que “son espacios más cerrados que los restaurantes, tienen una capacidad muy limitada de regular la ventilación y en ellos se está en una ambiente de confianza”.

¿Qué escenarios podemos esperar el próximo año en cuanto a los restaurantes, en función de cuál sea el funcionamiento y efectividad de las vacunas?

Las vacunas tienen una gran efectividad, al menos en los segmentos de población que se han estudiado. En 2021 poco a poco la población va a ir estando protegida y por tanto se abre la posibilidad de una vida más normal, lo que incluye ir a restaurantes. 

¿Pero crees que, conforme la gente se vacune, en algún momento de 2021 volveremos a los restaurantes sin mascarillas ni aforos restringidos o habrá que esperar a 2022?

No tenemos una bola de cristal que nos revele el futuro y los compañeros del GTM coincidimos en que es imposible predecir cómo va a ser la evolución. Depende de una gran cantidad de factores, como la velocidad a la que se distribuya la vacuna, la cantidad de personas que se vacunen, si los vacunados pueden todavía infectarse y por tanto contagiar, aunque no sufran la enfermedad… Habrá también un sector de la población que mantendrá la aprensión a los contactos sociales y otro segmento que se lanzará a la calle. Otro factor esencial es la posición del gobierno. ¿Optará por el retorno prematuro a la normalidad para intentar recuperar el descalabro económico? ¿O lo hará de manera paulatina, comprobando los efectos de cada medida en el balance de riesgo y beneficio? En general, pensamos que ya nos pondremos en el 2022 antes de que veamos que el “río vuelve a su cauce” y las interacciones puedan darse de la manera a la que estábamos acostumbrados. Ojalá pequemos de prudentes y  para el verano pudiésemos tener una normalidad casi total. 

¿Entonces, en algún momento podremos volver a ver un restaurante repleto donde la gente come y charla despreocupadamente?

Esta no ha sido ni la primera pandemia ni será la última. Las ha habido mucho más graves en términos de pérdidas de vidas y las cosas han vuelto a la normalidad. Los seres humanos somos una especie social y volveremos a lo que hoy añoramos. Así que mi respuesta es entusiastamente afirmativa. Nos costará un poco acostumbrarnos a perder ese recelo, pero no tardaremos mucho en volver a esa situación. Lo negativo del contexto actual es el número de restaurantes que han sido víctimas “mortales” de la pandemia y que no serán testigos de ese renacimiento.

¿Qué opinión te merecen las aperturas y cierres de los restaurantes en estas últimas semanas?

Cada comunidad ha utilizado la restauración como una de las varias válvulas de seguridad que tenía a su disposición para mantener la situación bajo control. Por una parte, sería mejor el tener una normativa que aplicara a todo el país, pero tenemos que reconocer que en diferentes lugares ha impactado de manera más intensa que en otros y que las medidas locales deben implementarse de acuerdo con la situación local. Lo malo es que cuando se apaga un fuego en un sitio se enciende en otro. De ahí la importancia de la responsabilidad individual de mantener las precauciones lógicas, independientemente de las regulaciones impuestas. Hay medidas que no cambian: distanciamiento, mascarillas, higiene. 

El chef Dan Barber decía el otro día que la covid-19 podría considerarse casi una enfermedad relacionada con la alimentación, por su especial incidencia en personas con dolencias subyacentes, como diabetes y obesidad. En uno de vuestros últimos informes del GTM hacéis hincapié en esto.

En parte algo de razón sí que lleva, aunque quizá no por lo que tenía en mente: los contagios se originaron en un mercado, así que ahí tenemos la primera conexión. Pero a lo que Barber se refería era la relación con las comorbilidades y eso es otra historia. La raíz de la enfermedad es el virus. Lo que sí tiene una relación con la nutrición son las consecuencias de la enfermedad, es decir, su gravedad. Una persona va a tener un riesgo de contagio similar esté mejor o peor nutrida, pero la lucha que el sistema inmune va a montar contra el contagio va a variar dependiendo del estado nutricional de la persona. Además, hemos de tener en cuenta también la importancia de la inflamación. Hay personas con un nivel elevado de inflamación crónica, debido en gran parte a una nutrición inadecuada. Esto ocurre comúnmente entre las personas obesas. Si a esto se añade la inflamación aguda provocada por la infección, esto nos lleva a cuadros clínicos peligrosos. Desde esa perspectiva, sí que podemos decir que la enfermedad está relacionada con la alimentación.